Muchos de nosotros hemos sido llevados de paseo a un acuario o zoológico cuando éramos chicos, y era increíble poder observar animales tan exóticos a solo metros de nuestras manos curiosas. Orcas y otros delfines en una pileta, osos polares sobre hielo artificial. Cuando terminaba el paseo volvíamos felices a casa y a veces hasta con un recuerdo, algún peluche o muñeco de ese animal que nos fascinó conocer.

Pero a escasos metros estaban ellos: los que nunca se iban. Los condenados a una eternidad de encierro en condiciones aberrantes para su especie, mirando las personas pasar sonrientes con su peluche en mano a través de un vidrio que parecía alterar la percepción de la realidad.

Hoy somos atravesados por una pandemia zoonótica que no distingue fronteras. Por mucho que viajemos, el COVID está en todos lados. La vacunación va avanzando a nivel mundial con la esperanza de pronto volver a la “normalidad” tan esperada.

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Los animales en cautiverio, en cambio, no dependen de ninguna vacuna. El caso de ellos es más complejo; dependen de que nosotros como humanidad abramos los ojos. O mejor dicho, cerremos los ojos curiosos y miremos a través de ellos con empatía y el corazón bien abierto.

Las orcas son de los animales más increíbles que existen en la naturaleza. En 2018, pudimos ver cómo un ejemplar arrastró 17 días el cuerpo de su cría muerta por el océano (National Geographic), comportamiento ya reportado en la especie y que nos ayuda a entender un poco lo emocionales que son estos animales.

En 2019, había 62 orcas en cautividad en parques marinos y acuarios de todo el mundo (National Geographic). Algunas fueron capturadas en la naturaleza; otras nacieron en cautiverio. Desde Lolita (Miami) hasta Kshamenk (Buenos Aires) pasan sus días en piscinas que no llegan a doblar la anchura de sus cuerpos.

¿Cuales son las consecuencias del cautiverio?

Muchas son las consecuencias psicológicas y fisiológicas que acarrea el cautiverio para esta especie en particular. En la naturaleza, su esperanza de vida máxima es de 60 a 70 años para los machos y de 80 a más de 100 para las hembras, mientras que en cautiverio el promedio de vida es de 9 años.

Las orcas son animales extremadamente sociales e inteligentes, necesitan de su grupo familiar para desarrollarse saludablemente. Es gracias a esta característica (su ser sociable y trabajo en equipo) que se posicionan como el depredador número uno del océano.

En los acuarios son introducidas en grupos sociales “artificiales”, lo cual suele generar conflictos y hasta ataques entre ellas. Otras, en cambio, son mantenidas en soledad casi desde su captura (como Kshamenk, quien sólo comparte espacio con un delfín nariz de botella) sin tener contacto con ningún otro miembro de su especie, afectando su salud psicológica y emocional.

Al buscar reproducirlas, estos establecimientos estimulan sexualmente a los machos (de forma manual) para luego vender su esperma a otros acuarios en el mundo. Abusan de ellos en todo sentido.

Una característica visible que denota el deterioro de su vida en cautiverio es el colapso de la aleta dorsal. Se ve muy raramente en orcas salvajes, pero es increíblemente común para las que están en cautiverio. Se cree que se debe a la incapacidad de las orcas cautivas para nadar en línea recta y desarrollar la musculatura que sería común al nadar en mar abierto.

La aleta dorsal en orcas posee funciones vitales para la supervivencia en libertad. Ayudan al ejemplar a nadar mejor y más rápido (muy necesario para la caza y huida). También se cree que podrían servir de refrigeradores, movilizando el agua alrededor del cuerpo en momentos críticos para refrigerarlo (Dolphin Project). Sus dientes también se deterioran: un cuarto de todas las orcas en cautividad en los Estados Unidos sufren graves daños dentales (Archives of Oral Biology).

Primeros pasos: ¿por dónde empezar?

¿Qué se puede hacer para ayudar a cetáceos que pasaron casi toda su vida viviendo en cautiverio? ¿Pueden liberarse al océano? ¿Sobrevivirían?

Las orcas que llevan mucho tiempo en cautiverio no pueden ser liberadas directamente al océano, ya que han perdido la mayor parte de sus habilidades y no podrían sobrevivir en la naturaleza. ¿Entonces? Lo primero que deben hacer los acuarios es retirarlos de los shows. No pueden afirmar que buscan su salud si los utilizan para lucrar, ocasionándoles muchísimo estrés en cada presentación llena de gritos y música a todo volumen.

Santuarios marinos: una nueva oportunidad

Los santuarios marinos, como el que The Whale Sanctuary Project está construyendo en Nueva Escocia (Canadá), son lugares seguros ubicados en el océano con una división que no permite que los ejemplares puedan escaparse del perímetro. En él, los cetáceos que vivieron toda su vida en cautiverio tendrán alimento y cuidados de por vida, en contacto constante con su hábitat natural. Los cetáceos varados o heridos, en cambio, podrían ser rehabilitados para volver al océano.

“Port Hilford es un sitio maravilloso. Ofrece un amplio espacio y una buena profundidad para que las ballenas naden, buceen y experimenten un entorno natural junto al mar. Pueden explorar el fondo del mar, perseguir pájaros en la superficie y pasar su tiempo en la naturaleza. Pueden tener una nueva vida que compense tanto como sea posible lo que sucedió antes," dicen desde el santuario. También planean ofrecer visitas guiadas (con distancia respetuosa) y hasta un centro de interpretación para verlas en vivo mediante cámaras.

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Ojalá este sea el único lugar donde podamos ver orcas en el futuro. Mientras tanto, luchemos para prohibir el cautiverio de cetáceos en nuestros países.

Si te interesa conocer más acerca de la vida de las orcas en cautiverio, te recomiendo “Blackfish” un documental increíble basado en la vida de Tilikum, orca cautiva que falleció en 2017 en una pileta, sin volver a tocar el mar. Contiene entrevistas a sus cuidadores y muchos testimonios.