*Por Evelyn Damonte, miembro del Área de Prensa en el Centro de Desarrollo Sustentable GEO de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.

La biodiversidad engloba en una sola palabra todas las variedades de vida existentes. La variedad de plantas, animales, microorganismos y los procesos ecológicos y evolutivos que se desempeñan en los diversos ecosistemas. En todo este gran conjunto también está incluido el hombre. El hombre es naturaleza y es diversidad. La biodiversidad parece hacer una división tajante entre lo que es natural y humano. Esta creencia errónea puede desencadenar en acciones sesgadas y poco eficientes en términos de conservación. Por ello, cualquier proyecto que busque la conservación de la biodiversidad debe incluir al hombre, como la misma palabra lo incluye.

Un gran ejemplo de conservación es el Proyecto Cóndor Andino. El objetivo del mismo es aumentar la población de esta especie amenazada a través del rescate, cría y liberación en su hábitat andino. Muchos voluntarios año a año realizan esfuerzos por lograr recuperar el rol clave que cumple en el equilibrio de los ecosistemas. Es un ave carroñera que contribuye al proceso de descomposición de algunos animales muertos, evita la proliferación de bacterias que pueden generar enfermedades en los humanos, y ayuda a controlar la población de otras especies.

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Hace un tiempo, biólogos que trabajan en este proyecto en el Ecoparque de la Ciudad de Buenos Aires lograron, luego de varios años de esfuerzo, criar y liberar un cóndor. Lamentablemente, meses después fue encontrado muerto por un disparo. Un disparo por parte de un poblador que no considera esta especie como un ave, sino como la personificación de la muerte misma. La presencia del cóndor es augurio de la muerte de un ser querido y la eliminación de esta “gran parca” es la única escapatoria a su desdicha. Estas acciones no son llevadas a cabo por maldad. Al contrario, siguen las fieles creencias que fueron transmitidas de generación en generación, por una de las grandes características que define al hombre: la cultura.

La cultura forma parte de cada persona que habita este mundo. Este conjunto de valores y creencias son aprendidos como verdades y acompañan cada acción y decisión que se toma. Sin embargo, bajo ciertas circunstancias, es necesario reaprender creencias para evitar la degradación de especies y ecosistemas enteros. Tal vez resulte más fácil identificar prejuicios culturales de pobladores que asocian especies animales a la “muerte” y parezca absurdo. Pero, ¿no es igual de absurdo creer que el planeta no tiene límites?, ¿o tener seguridad de que toda consecuencia ambiental es reversible? Desde los que habitamos la ciudad hasta los que habitan el monte debemos reaprender a cómo relacionarnos con nuestro entorno.

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Los esfuerzos de conservación son fundamentales para la recuperación de poblaciones amenazadas, pero semejante esfuerzo no vale nada si no es complementado con una educación ambiental para concientizar acerca del valor de esa recuperación. Esta educación debe ser adaptativa a cada lugar, a cada cultura, y es un intercambio. La educación no es unilateral, es un reaprendizaje de todos que involucra estrategias de conocimiento abiertas a la combinación de las ciencias, con los saberes populares y locales, en una política de la interculturalidad y el diálogo de saberes.

Cada día el planeta está cambiando, cada día se requieren nuevas acciones para adaptarse a los cambios ecosistémicos, sociales y culturales, muchos sin precedentes. La educación ambiental es una herramienta fundamental para acompañar estos cambios que en la mayoría de los casos corren más rápido que la razón.