Inundaciones, sequías, terremotos, tsunamis... El mundo ya no es como era. Cada vez son más frecuentes las noticias de desastres climáticos que tienen, muchas veces, como causante silencioso al cambio climático. 

En América Latina y el Caribe, un tercio de la población vive en zonas de alto riesgo de desastres naturales que afectan, especialmente, a los más pobres. Piensa que si cada año ocurren alrededor de 70 sucesos climáticos extremos en la zona, por cuánto se multiplican los daños. 

Es fácil imaginar las pérdidas humanas y materiales que ocurren cada vez que sucede esto. Pero ahora, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) ha sacado a la luz un dato que posiblemente pocos tenían en cuenta y que, sin embargo, puede complicar mucho la situación: el 23% de los daños y pérdidas generados por desastres han afectado a la agricultura de los países de desarrollo entre 2006 y 2016.

Quizás este dato te parezca poco relevante, pero, ¿de dónde crees que provienen muchos de los alimentos que se consumen en todo el mundo? Incluso algunos que posiblemente usas todos los días, como el café y el cacao, nacieron allí.   

Respecto de los fenómenos naturales, la FAO señaló a las inundaciones como las más frecuentes, con el 60%; y luego, ubicó a las tormentas y diluvios, con un 23%. Sin embargo, el la relación entre el fenómeno y sus consecuencias, la más dañina es la sequía, capaz de perjudicar en un 80% a los cultivos y el ganado. 

Se calcula que, a partir de eso, los países en desarrollo perdieron cerca de 93 mil millones de dólares entre 2005 y 2014, lo cual agrava aún más su condición de vulnerabilidad.  Además, debieron aumentar sus importaciones y, por ende, sus ingresos por exportaciones (que en muchos casos es una de sus mayores fuentes de dinero) se vieron muy disminuidos. 

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Al problema, una propuesta
 
Pero, según la FAO, si se desarrollan sistemas productivos más resilientes (con mayor capacidad para regenerarse) se podría disminuir el impacto de los desastres naturales en estas regiones. 

De acuerdo a lo que sostienen, la aplicación de tecnologías y buenas prácticas en los cultivos puede generar beneficios económicos cuatro veces mayores que las prácticas habituales. Esto implica prácticas agronómicas para el manejo del suelo y el agua, mejoras de infraestructura y
selección de cultivos "tolerantes al estrés".

Por ejemplo, en Bolivia, se analizó la producción de ciertas variedades de mandioca que maduran más temprano, lo cual podría disminuir las pérdidas generadas por las inundaciones; y en otros países de América Latina también poseen "lomas de resguardo ganadero" para que los animales puedan protegerse en caso de una inundación. 

Lejos de ser nuevos, estas técnicas en muchos casos recuperan saberes ancestrales, que encuentran en algunos cambios en las prácticas que ya resultan habituales, la manera para hacerle frente a una realidad que, de todos modos, debemos intentar detener para que no siga empeorando como por efecto dominó.