En mi viaje, la montaña no era una alternativa; era el motivo principal, mi aventura. No era (ni soy) escaladora ni nada parecido, pero algo de la experiencia de subir una montaña me emocionaba; sentí que quería hacerlo. Y allá fui, con mi pequeño bolsito y mucho miedo, para qué mentir. 

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Llegué a una ciudad sueñera de la Argentina; un sitio donde las montañas ya se recortan a lo lejos y el aire fresco te llena los pulmones. Tardé varios días en animarme a salir al pie de la montaña. "¿Estás segura de ir sola?", me decían todos. Segura, segura, no. Decidida, sí. Eso no quiere decir que no dudara. Nunca había hecho algo así, pero finalmente me lancé. "Qué más da; vine a esto, ¿o no?", me dije. Y ahí fui. A la base donde los escaladores partían para subir. No tenía ni una mochila especial, y mi saco de dormir solo estaba atado a mis cosas con una cuerda. Tampoco tenía gorra, o gafas de sol, ni esos bastones que usan quienes suelen hacer trekking. Solo me tenía a mí. Y era eso lo que había ido a buscar
 

Ya no recuerdo cuántas horas decía el cartel que estaba en la base de la montaña, pero creo que eran algo más de 5. Empecé caminando lento. El sol ya quemaba aunque era temprano en la mañana. Mi preocupación era encontrar el sendero bien delimitado. Pero al comienzo esto fue bien fácil. Las plantas y las pisadas de quienes también bajaban o subían habían marcado bien por donde ir. Así que solo dejé de pensar y disfruté de caminar, caminar y caminar, respirando y sintiendo que por fin estaba haciendo lo que quería

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En el camino fui encontrando a otros caminantes que como yo iban subiendo también. Ahí noté que mi equipo era muy precario; muchos llevaban mochilas especiales, sacos de dormir 4 veces más pequeños que el mío, gorros, gafas ajustables, y otros accesorios que nunca pensé siquiera comprar. Me sentía inexperta en medio de esos caminantes, pero su experiencia me ayudó y animó a subir, aún cuando el aire faltaba, el sol me hacía sudar y la cima parecía no llegar nunca. 

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Pero cada uno, en la montaña así como en la vida, tiene su propio ritmo. Y entonces, aunque hubieron momentos en que compartí trayectos de caminata y charla; luego cada uno seguía su tiempo, y yo, el mío. Estaba sola, al fin de cuentas. Y eso, ya empezaba a gustarme. Sentir que sí, que lo estaba logrando. 

El problema llegó cuando entré a la parte del bosque. 

Ya llevaba varias horas caminando y, según las indicaciones, no faltaba mucho para llegar al refugio de montaña donde pasaría la noche. Así que me senté un poco en una roca, a descansar y beber agua. 

Cuando volví a seguir el rumbo, me encontré con que me llevaba a un bosque. "Perfecto, ¡sombra!", pensé. Y animada, me adentré entre los árboles. Allí los senderos estaban marcados con círculos de color pintados en los troncos. Cada color indicaba un camino diferente; así que yo, como en un juego iba siguiendo las pistas

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Pero en un momento, no encontré más pistas del color que seguía. Caminé y caminé, pero no la encontraba. "Tranquila", pensé. Y volví sobre mis pasos a la marca anterior. Una vez allí, volví a empezar. Pero nuevamente volvió a pasarme lo mismo. Una y otra, y otra vez. Ya estaba cansada. La tarde comenzaba a caer y la noche llegaría pronto. La ansiedad y el miedo empezaron a invadirme. No pasaba nadie por allí, nadie a quién preguntar. ¿Pasar la noche en medio del bosque? ¿Sola? ¡Ni tienda tenía! Sentí muchas ganas de llorar. Sentí desesperación. Todo el bosque parecía igual. 

Pero en una de las veces que volví a la última señal que había encontrado vi a dos personas que pasaban a lo lejos. Corrí como nunca antes había corrido. Salté troncos, aparté plantas con pinches y como si fuera una película, les grité que me ayudaran. 

Ellos me tranquilizaron y me dijeron con calma que estaba en el camino correcto. Que me faltaba poco para llegar al refugio y que siguiera adelante y mirara bien, que encontraría la seña. Y se fueron. "¿No me van a acompañar?", pensé. Y volví nuevamente a salir en busca de la pista. 

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Pero esta vez, ¡la encontré! Estaba bien arriba en un árbol alto que no había visto antes. Festejé sola, mucho. Y seguí caminando, volviendo al juego de seguir las marcas hasta llegar por fin al sitio donde pasé la noche, feliz de haberme animado a emprender esa aventura y poder disfrutar uno de los cielos más estrellados que vi en mi vida.