El año 2015 dio al mundo los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo Climático de París. Ambos demuestran que casi todos los gobiernos del mundo reconocen que un futuro positivo requiere encontrar la manera de que todos prosperen dentro de los medios de nuestro único planeta. Esto es lo que solemos denominar "prosperidad de un solo planeta".

Retrasados por la pandemia de COVID-19, ambos acuerdos están programados para ser evaluados y reforzados este año. Pero el tiempo no se detiene: hoy en día, el 72% de la población mundial vive en países que se enfrentan a una situación precaria. Esta proporción es la mayor registrada en toda la historia de la humanidad.

Estos países se caracterizan por contar con un déficit de recursos biológicos, es decir que la demanda de éstos supera la capacidad de regenerarse. Además, generan una renta per capita inferior a la media mundial, lo que limita su capacidad de adquirir recursos de otros lugares.

Como si fuera poco, a eso hay que agregarle que, el sobregiro ecológico mundial nunca fue mayor que el registrado en el último año: hoy en día necesitaríamos 1.7 tierras para compensar lo que consumimos en un año.

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La importancia de la seguridad de los recursos para la erradicación de la pobreza

Permítanme explicar las implicaciones de estas estadísticas, que se derivan de las conclusiones de un proyecto de investigación que dirijo y que publiqué el mes pasado junto con varios colegas de Global Footprint Network y organizaciones asociadas en la revista Nature Sustainability.

El artículo titulado "La importancia de la seguridad de los recursos para la erradicación de la pobreza" parte de una premisa sencilla: los países que consumen más de lo que se puede producir dentro de su territorio y tienen una renta económica inferior a la media mundial están especialmente expuestos a la inseguridad de los recursos. Dado que toda persona necesita recursos biológicos para todas sus funciones básicas, como la alimentación, el agua, la vivienda, el vestido y la energía, esta doble limitación se convierte en una gran amenaza.

Esta amenaza se ve amplificada por el sobregiro ecológico global. La humanidad ya exige más a la naturaleza cada año de lo que los ecosistemas del planeta pueden regenerar. A medida que el agotamiento de los recursos se agudice, la competencia por ellos será más feroz. El rápido agotamiento ya se está cobrando su precio, como demuestra la letanía de problemas medioambientales, como la excesiva cantidad de gases de efecto invernadero en la atmósfera, la pérdida de biodiversidad, la escasez de agua dulce y la deforestación.

El doble reto de los recursos no es nuevo. El sentido común concluiría que todos necesitamos recursos para funcionar. Además, hacer funcionar nuestra economía en el presente utilizando el capital natural necesario para regenerar los recursos futuros es contraproducente.

La investigación identifica 78 países que se enfrentan a estas dos condiciones. Se encuentran en todos los continentes, a excepción de Sudamérica. Los países más poblados de esta categoría son China, India, Indonesia, Pakistán, Nigeria, Bangladesh y México. Entre los países con menores ingresos (menos de 2.000 dólares de renta por persona y año) pero con importantes déficits de biocapacidad (más de 0,5 hasta 1,2 hectáreas globales por persona) se encuentran Vietnam, Comoras, India, Ghana, Lesoto, Uganda, Togo, Zimbabue, Nepal, Kenia y Benín.

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¿Significa esto que este reto es irrelevante para Sudamérica? Al contrario. Demuestra que si Sudamérica juega bien sus cartas, tiene una ventaja significativa. Pero para aprovechar esta ventaja vale renunciar a su equivocada filosofía del "derecho al desarrollo", que implica agotar primero sus recursos para llegar a la prosperidad económica. Por el contrario, le sirve más ver que sus activos biológicos son su ventaja competitiva fundamental, y que preservar este poder ecológico es mucho más estratégico que liquidarla. Proponemos pasar del "derecho al desarrollo" a celebrar "el poder ecológico". Porque el verdadero bienestar depende de la seguridad en los recursos. ¿Por qué destruir esta ventaja a cambio de pocos beneficios a corto plazo?

También aplica en el caso de los combustibles fósiles, que han dado a la gente acceso a una energía barata y versátil a costa de los crecientes riesgos climáticos. En todo el mundo aumenta la presión para abandonar los combustibles fósiles; de ahí que la seguridad en los recursos implique ahora también encontrar formas de funcionar sin estos combustibles. Si la humanidad no abandona rápidamente los combustibles fósiles, la regeneración de los ecosistemas seguirá disminuyendo.

Y de forma más directa para cada país: los países que se retrasen en la transición, manteniendo infraestructuras de transporte, vivienda y producción dependientes de los combustibles fósiles, se enfrentarán a que una parte cada vez mayor de sus activos de infraestructura se quede varada. Muchos de esos países no serán capaces de absorber los costes económicos asociados a las consecuencias de este retraso.

Los países pueden tener déficits de biocapacidad, ya sea por el agotamiento de sus propios ecosistemas, por la importación neta o por el uso excesivo de los bienes comunes mundiales, como la pesca internacional o la atmósfera mundial. Pero todos los países juntos, es decir, la humanidad en su conjunto, no pueden ser deficitarios para siempre, ya que no pueden sobrevivir mucho tiempo viviendo del agotamiento.

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Las estrategias de desarrollo económico no abordan adecuadamente el doble reto de los recursos

Sin embargo, la mayoría de las teorías y prácticas actuales de desarrollo económico, incluido "el derecho al desarrollo", parecen alimentar este patrón autodestructivo. La visión generalizada sobre el desarrollo económico y el uso de los recursos sigue arraigada en una mentalidad colonialista de extracción o explotación, basada en la suposición de que siempre hay más en otros lugares. Este enfoque se mantiene en nombre de la mejora del bienestar, y se inventó cuando el metabolismo de los recursos de la humanidad aún se ajustaba a los límites planetarios.

De este modo, se enfatizan vías que acaban haciendo a las poblaciones aún más dependientes de los recursos. Mientras tanto, el rebasamiento global sigue creciendo, sólo interrumpido por contracciones inducidas por desastres como el experimentado con COVID-19.

Abundan los ejemplos de estrategias de desarrollo ineficaces. Los economistas de Europa y Estados Unidos se lamentan de la disminución de su población porque piensen (erróneamente) podría reducir las actividades económicas. El Banco Mundial sigue apoyando políticas impulsadas en gran medida por el PIB. Alemania sigue presionando para completar un nuevo gasoducto para el gas natural procedente de Rusia, dirigiendo la inversión hacia la infraestructura de combustibles fósiles, mientras que es obvio que necesitamos dejar de usar combustibles fósiles más rápidamente de lo que la mayoría puede imaginar. El Reino Unido quiere abrir una mina de carbón en Cumbria, al tiempo que acoge la COP26.

Algunos pueden argumentar que los llamamientos al desarrollo "a prueba de clima" se han hecho más prominentes en la última década. Estos llamamientos han tenido poca repercusión porque presentan el reto de los recursos, que en última instancia es el problema climático, como una condicionalidad, algo extra que se añade a la ya difícil lista de tareas de proveer educación, salud, seguridad pública, etc.

En realidad, para que el desarrollo sea duradero se necesita mucho más que proteger nuestros bienes del clima. Requiere enfoques que reduzcan de forma masiva la dependencia general de los recursos al tiempo que aumentan el bienestar.

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Desarrollo duradero: abordar el bienestar y el doble reto de los recursos

Desde mi perspectiva, lograr un desarrollo duradero es muy sencillo y difiere en gran medida de la práctica de desarrollo dominante hoy en día, ya sea por parte de las propias políticas de desarrollo de los países, o de los esfuerzos internacionales de desarrollo dirigidos por los países de altos ingresos destinados a las poblaciones de bajos ingresos.

Por el lado de la oferta, el desarrollo duradero requiere invertir en la resistencia y la productividad del capital biológico. Por el lado de la demanda, requiere encontrar formas de satisfacer las necesidades humanas a través de opciones mucho menos exigentes en recursos, que dividimos en cuatro áreas principales:

- Cómo construimos las ciudades. Las ciudades compactas e integradas, con infraestructuras eficientes en cuanto a recursos y con poca necesidad de movilidad, más allá de los desplazamientos a pie y en bicicleta, son las ciudades más seguras para el futuro y cada vez más valiosas.

- Cómo generamos energía. Aquí se entienden mejor los argumentos. Electricidad producida con carbón frente a la electricidad solar muestra una gran diferencia. También necesitamos formas de equilibrar el desajuste entre la oferta y la demanda, incluido el almacenamiento, e incentivos para trasladar la demanda de energía a los momentos de abundancia.

- Cómo nos alimentamos. Los alimentos ya ocupan aproximadamente la mitad de la capacidad regenerativa del planeta. No podemos reducir fácilmente las calorías por persona, pero se puede ajustar la composición de nuestras dietas. También podemos reducir el porcentaje de alimentos que se desperdician en el mundo, que según la FAO, es del 40%.

- Cuántos somos. Cuantos más seamos, menos planeta habrá por persona. Fomentar familias más pequeñas tiene enormes beneficios sociales, de salud y económicos y, con el tiempo, de forma acumulada, enormes ventajas ecológicas.

Articulación entre sector público y social

Sin duda, algunos esfuerzos de desarrollo ya apuntan en esta dirección. Hay proyectos para electrificar las zonas rurales a través de la revolución solar; iniciativas para ayudar a los pequeños agricultores a conservar una mayor parte del valor añadido de la cadena de valor que aportan al tener más control sobre sus tierras, sus cosechas y el momento de vender sus productos.

Pero estas iniciativas siguen siendo superadas por los proyectos de infraestructuras tradicionales a gran escala, ciegos ante la necesidad de acelerar la transición demográfica y desmaterializar radicalmente las necesidades humanas. Las pruebas de la insuficiencia de las estrategias de desarrollo son evidentes: el rebasamiento sigue creciendo y el porcentaje de los que viven en países con déficit de recursos biológicos y con una renta inferior a la media mundial también sigue creciendo.

Hay que entender que esta situación no es consecuencia de un destino ineludible, sino que es resultado de una política de desarrollo errónea que no se basa en la realidad física de nuestro planeta. Esa práctica no solo es anti-pobres y peligrosa por obligar a la gente a vivir del agotamiento, sino que, por su naturaleza, tampoco puede extenderse demasiado en el tiempo.

Se trata de una política equivocada que pone en peligro el progreso social. La buena noticia es que los impactos de las buenas y malas elecciones son medibles y que podemos escapar de ese aparente "destino", para comenzar a crear el entramado de otro futuro, que también es posible. Entonces, ¿qué estamos esperando?

Para mantener el progreso y erradicar la pobreza, los países necesitan, o bien recursos naturales suficientes dentro de su país que se ajusten a su huella ecológica, o bien dinero para comprar competitivamente lo que necesitan en los mercados del exterior. Cuando no se cumple ninguna de estas dos condiciones, los países pueden acabar en una trampa de pobreza ecológica: una situación en la que los recursos naturales del país son insuficientes para proporcionar suficientes alimentos, fibras, materiales de construcción y secuestro de CO2, entre otros factores.

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Esto se amplía a partir de un blog de Global Footprint Network del 26 de abril (en inglés). Muchas gracias a mis coautores: Laurel Hanscom, Priyangi Jayasinghe, David Lin, Adeline Murthy, Evan Neill y Peter Raven.