• —¡Se me cortó el aliento!

¿Cuántas veces escuchamos esa frase ante una situación sorpresiva o que genera emoción y estrés? Una especie de dicho popular que se repite sin tener en cuenta la gran verdad que encierra. La expresión pone de manifiesto un proceso vital y orgánico descubierto hace miles de años de manera intuitiva: la relación entre emoción y respiración.

Ante una contingencia, la emocionalidad se dispara. Se libera una oleada de energía y el organismo la transforma y la utiliza para responder a los estímulos que generan las emociones primarias: ira o miedo. No son las únicas, existen otras variedades de emociones que se derivan de estas dos principales y con la cuales lidiamos cotidianamente.

Hombre sentado en árbol

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La lectura automática que realiza nuestro organismo es que la supervivencia está en riesgo y necesitaremos toda la fuerza para realizar dos acciones físicas inmediatas ligadas a esas emociones: básicamente, luchar o huir. Esta es la síntesis del conocido proceso denominado estrés, esa reacción fisiológica del organismo que pone en juego diversos mecanismos de defensa, para afrontar una situación percibida como amenazante o de demanda incrementada.

Lo que más me interesa destacar sobre este recurso, que automáticamente se ha ocupado en mantenernos con vida desde hace milenios, es el vínculo que existe entre la respiración y la emoción.

Desde tiempos muy antiguos el ser humano encontró en la respiración una llave para administrar sus emociones y conquistar más objetividad en la toma de decisiones. Un mecanismo para sentirse más libre y autosuficiente.

Escuelas filosóficas, religiones, artes marciales y otras disciplinas incorporaron técnicas y capitalizaron ese poder. El respeto al poder del aire pasó a estar presente en casi todas las mitologías, en forma de atributos de deidades y relatos grandiosos.

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En la mitología hindú, Parjánya, figura que representaba al huracán en los tiempos védicos; en la antigua Grecia, Eolo, el señor de los vientos en la Odisea y protector de Ulises; en el imperio maya, Kukulcán, una divinidad amiga de los hombres, que administraba los vientos; en la mitología nórdica, Njörd, dios del mar y del viento, invocado en las tempestades. Y solo son algunos ejemplos.

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Entre los hindúes se menciona que nacemos con un crédito de respiraciones para consumir durante la vida. Si las gastamos respirando apresurados, nuestro tiempo de vida será menor. Con esta creencia fortalecen la idea de que siempre debemos respirar de manera lenta, profunda, completa y consciente.

Con sus avances, la ciencia respalda las afirmaciones de las antiguas filosofías sobre la necesidad de administrar la respiración y utilizarla como la batuta con la cual podemos conducir nuestra armonía orgánica.

Mujer con los ojos cerrados

Sin embargo —como explica el Profesor DeRose en el libro Respira, la nueva ciencia de un arte olvidado al ser entrevistado por el autor, James Nestor—, lo más importante no es únicamente el aire: es la energía, el prána. Una fuerza que podemos definir como cualquier tipo de energía que se manifieste biológicamente. Una fuente de poder inconmensurable que potencia nuestra evolución y nos permite percibir el mundo y sus fenómenos con mayor objetividad y claridad.

Tal vez sea el momento de observar cómo estás respirando: No olvides que cada vez que inspirás, comienza una oportunidad.