En un mundo donde parece que a las palabras se las lleva el viento y donde las promesas se incumplen y no hay consecuencias, el valor de respetar la palabra que damos constituye uno de los aspectos centrales de la credibilidad y la reputación personal y profesional.

Tengo una frase que me gusta utilizar, y es “Palabra dada, palabra respetada”. Esto significa que, si te comprometes con algo, lo cumples a como dé lugar.

El faltar a la palabra empeñada no sólo deteriora las relaciones con los demás, sino que aniquila la confianza en uno mismo. Esto sucede porque las aparentemente insignificantes “mentiras blancas”, como se las llama habitualmente, actúan mellando la mente subconsciente, donde se afirman las emociones y los sentimientos de valía personal y autoestima.

Así, esas pequeñas auto traiciones que te haces van debilitando tu sistema de empoderamiento interior, porque el subconsciente entiende que no eres alguien de fiar, y esta conducta posiblemente te lleve a consecuencias mucho mayores.

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Qué significa “dar la palabra” en estos tiempos

El hecho de dar la palabra es hacer una promesa, que implica un profundo compromiso que debe ser ratificado con los hechos concretos.

Para la mayoría de las personas es bastante sencillo decirlo, pero no actuar en consecuencia. Sin ir más lejos, conocemos decenas de personajes de influencia pública que dicen una cosa y luego no la cumplen.

Otro aspecto central es que, al dar tu palabra, estás empeñando tu dignidad y tu ser, para reafirmar que vas a cumplir lo que has declarado.

Hace décadas bastaba un apretón de manos para sellar cualquier acuerdo, costumbre que ha caído en desuso, ya que hoy ni siquiera con documentos firmados muchas personas cumplen sus acuerdos.

Las personas de poco fiar se caracterizan por ser escurridizas, oportunistas, timadoras, victimistas, aprovechadoras y mentirosas; en definitiva, un cocktail explosivo que lo único que genera son promesas falsas, desilusión y frustración en los demás.

Es que al decir una cosa y hacer todo lo opuesto exponen a su entorno a la disyuntiva de tener que analizar, cada vez que interactúan, si confiar o no. Como son personas que están en todo tipo de ambientes, se incluyen en este grupo a miembros de la familia, amigos, relaciones profesionales y amorosas, y cualquier otro vínculo humano donde hay personas “flojas de papeles”, que no saben lo que significa empeñar su palabra y cumplirla.

El origen

Hay personas que son así por naturaleza; puede ser que hayan aprendido esos comportamientos desde la infancia, o los incorporaron en su experiencia de jóvenes y adultos. Son quienes no dudan en dejar un tendal de promesas rotas, y les importa poco la desconsideración que generan frente a quienes han dejado lamentando sus acciones.

Como utilizan la dinámica de víctima, aprovechan la debilidad de los demás para querer salirse con la suya e incumplir. Esto es algo frecuente de ver en los círculos familiares y de amistades, donde reiteradamente cazan a sus presas y éstas caen en su red una y otra vez, hasta que en algún momento toman consciencia. ¿Quién no ha prestado dinero a una persona que jamás lo ha devuelto, pese a sus promesas?

Quienes incumplen su palabra suelen ser especialistas en psicología inversa: cuando alguien les reclama, su respuesta es articulada de tal forma que te hacen sentir mal, ya que aparentemente quedan como una víctima frente a ti, que pasas a ser su verdugo. Aquí revelan su costado de manipulación sin tapujos.

También sucede que, como los seres humanos hacemos todo para obtener un beneficio por más aparente que sea, puede ser que la persona incumplidora sienta cierta satisfacción al saber que pudo eludir con eficacia algo de lo que no fue capaz de hacerse cargo. Lo que no puede ver, sentir ni considerar es el nivel de daño que genera a través de su accionar.

Por último, el comportamiento de quien falta a su palabra es análogo con la persona impuntual: “Llegué sólo un minuto tarde”, dice. El asunto es que llegó tarde. Punto.

Entonces, no importa si asumes un compromiso mayor, o si te vas a encargar de algo que pueda considerarse menor: si no cumples, incumples.

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5 claves para cumplir siempre con tu palabra dada

Como una guía para encauzar estos comportamientos por si fuese tu caso, o bien ante aquellas “pequeñas falsas promesas” que haces por aquí y por allí, a continuación tienes cinco claves prácticas para pensar y actuar.

Recuerda que el objetivo es que seas una persona coherente entre lo que piensas, sientes, dices y, finalmente, haces, para cumplir sí o sí con tu palabra.

No prometas lo que no vas a cumplir.

Este es el principio básico de cualquier palabra que vayas a dar. Asegúrate de relevar toda la información del caso, e incluso pide ayuda u orientación. Y si sabes que no vas a cumplir, no te comprometas u ofrece alternativas al plan original.

Reafirma tus palabra dada con hechos.

La única forma de convertirte en una persona confiable es cumplir con tu palabra. Esto significa que harás todo lo que necesites llevar adelante para ratificar en los hechos concretos cada una de tus promesas. Sin importar el esfuerzo que implique, sabes que tendrás consecuencias si incumples: nada más y nada menos que perder la confianza.

Renegocia los compromisos.

Si se presentan imprevistos en medio del cumplimiento de tu promesa, acostúmbrate a avisar a las demás personas anticipadamente, y renegocia plazos, modalidades y cualquier otro aspecto del asunto que estás manejando. No llegues al último minuto rompiendo tu promesa, porque eso afectará seriamente tu reputación y credibilidad personal y laboral.

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Habla menos y haz más.

Un rasgo característico de las personas que no cumplen con su palabra es que asumen más compromisos de los que pueden, con tal de caer con simpatía a los demás.

En este caso, la sugerencia es que te enfoques en hacer más y hablar menos. Una célebre frase dice “Por tus obras se te conocerá”, no por las promesas que haces e incumples. Enfócate en el logro concreto y verás cómo tu autoestima aumenta, a la par de la mejor consideración de quienes te rodean.

Mantén una postura ética y comprometida.

Estas son dos palabras que suenan fuerte en término de valores, y que definen en forma cabal cómo es una persona. Cuando interactúas en cualquier círculo, ya sea personal o laboral, la mejor forma de que te conozcan es por tu cumplimiento ético y tu marcado compromiso con las promesas que haces.

Ética y compromiso conforman lo que se llama integridad, acaso uno de los más preciados tesoros a los que cualquier persona puede aspirar.

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Recuerda entonces el principio de “Palabra dada, palabra respetada”: es el pasaporte a una vida con mayor consistencia interior y exterior, relaciones claras y sanas y un estándar de excelencia en tu forma de ser y hacer que se distinguirá por sobre la media del mundo actual.