A lo largo de nuestra vida hemos aprendido muchísimas cosas, tanto en casa como en la escuela. Hemos acumulado información sin filtrarla, sin pararnos a distinguir lo que nos sirve de lo que no nos sirve, lo que nos hace felices de lo que simplemente nos ayuda a sobrevivir.

Y llega un momento en que, por las circunstancias que sean, nos encontramos en un punto de inflexión, en un momento de balance de nuestra propia vida en el que nos empezamos a cuestionar ciertos aprendizajes, algunos hábitos y muchas inercias. Generalmente, llegamos a un momento así por un accidente, por una enfermedad o por una experiencia dolorosa. Sabemos que necesitamos nueva información, nuevas fuentes de inspiración, pero ¿por dónde empezar?

Además ¿Cómo es que lo que sabemos ya no nos sirve? Si hasta ahora hemos funcionado de una manera ¿Por qué ponemos en duda nuestra manera de hacer las cosas? El simple hecho de hacernos estas preguntas nos convoca a una mirada interior que, tal vez, hasta el momento no hayamos hecho o para la que todavía no hemos encontrado respuestas. Cuando nos cuestionamos a nivel personal estamos dudando de todo nuestro sistema e incluso de nuestras relaciones.

Dejarnos de identificar con lo aprendido, cuestionar su eficacia y preguntarnos qué hay de nosotros mismos en nuestra conducta es el primer paso para integrar nueva información.

Imaginemos por un momento que escribimos palabras nuevas en un cuaderno encima de páginas ya escritas. En lugar de tener un nuevo texto, lo que conseguiremos será una serie de garabatos ilegibles y confusos que, lejos de ser una nueva información, nos impedirán la comprensión y la lectura.

Por ello es fundamental tener en cuenta que, incluso más importante que aprender algo nuevo, es entender que nuestra forma de ver el mundo es opcional y aprendida. Es muy complicado agregar información en espacios ya ocupados. Antes de escribir nueva información tendremos que despejar el cuaderno. Siguiendo con esta analogía, dice el psiquiatra húngaro Thomas Szasz que “«borrar» un pensamiento requiere más de valentía que de inteligencia”. Sería como soltar un flotador que un día necesitamos para sobrevivir pero que, con el tiempo, la maduración y, sobre todo debido al cambio de circunstancias, ya no necesitamos más.

La herencia que hemos recibido no es ni buena ni mala, es la que nuestro sistema ha considerado adecuada para asegurar nuestra supervivencia. Nos la ha trasmitido en forma de creencias y valores y se espera de nosotros que demos continuidad a una forma concreta de vivir.

Por ello se trata de agradecer toda la información recibida como recurso para la vida y valorar lo aprendido para poder seguir creciendo. Al comprender la intención positiva de lo que nos enseñaron es cuando entramos en contacto con nosotros mismos, dejamos de culpar y juzgar, y estamos preparados para transformarlo.

Pongamos un ejemplo, una persona lleva toda su vida priorizando el trabajo a todo lo demás, considerando que antes que la familia o el ocio, el trabajo es lo primero. Un día decide que quiere cambiar su orden de prioridades, viajar más, pasar más tiempo con los suyos… como esto es lo que desea, empieza a actuar en consonancia, empieza a «hacer» todo aquello que considera acorde a su nueva forma de ver su vida. Sin embargo, hay una parte que le inquieta, tiene pensamientos llenos de juicio hacia sí mismo, hay facetas muy profundas de su ser que le hacen sentir incómodo.

Cuando ejercemos cambios únicamente conductuales, es como poner una venda en una herida sin haberla curado previamente.

En este supuesto es importante entender que su actitud hacia el trabajo no es algo fortuito o voluntario. Para que exprese esa conducta hay una serie de creencias que estructuró en la infancia. En su sistema familiar esta creencia resultaba de gran utilidad, es decir, tenía una buena razón inconsciente para haber elegido esta actitud.

Un cambio a nivel profundo, implica comprender el origen de su forma de entender el mundo y, poco a poco poder ir «deshaciendo» estas creencias. A esto lo llamamos aprender a desaprender.

De hecho, este nuevo sistema de creencias que elegimos, algún día también quedará obsoleto, y debemos estar preparados para soltarlo cuando llegue ese momento, agradeciendo todo aquello que nos trajo. Esto es poner nuestro intelecto, nuestra mente y nuestra conciencia a nuestro servicio, y no al revés.

La Bioneuroemoción propone aprender a desaprender a través de la autoindagación, gracias a toda la información que podemos observar en nuestras proyecciones, nuestras relaciones y nuestras circunstancias.

“En tiempos de cambio, quienes estén abiertos al aprendizaje se adueñarán del futuro, mientras que aquellos que creen saberlo todo estarán bien equipados para un mundo que ya no existe.”
 
Eric Hoffer, escritor y filósofo estadounidense.