Como en la música, los silencios son tan importantes para la composición final como pueden serlo las notas. Extrapolado a la crianza, el espacio que se les de es tan vital como la atención. Ambos son los factores que confluirán en el aprendizaje. Este balance cambiará según la etapa en la que se encuentren.

Nadie nació sabiendo ser padre o madre. Es algo que se aprende con la práctica y que supone un aprendizaje igualmente intenso y complejo, tanto para los padres como para los hijos, es un proceso conjunto y bidireccional. Un padre o una madre se desarrolla al mismo tiempo que un hijo o una hija. No podemos olvidar que, aunque han venido a través nuestro, no son nuestros.

Cuando creemos saber lo que más les conviene o evitamos que cometan errores, lo que estamos haciendo es retrasar su aprendizaje, prorrogar un error en el tiempo, esperar que lo cometa cuando quizás más le cueste redimirlo, en su adultez. Haciéndolo les privamos de la experiencia de permitir la evolución de la conciencia, que se consigue gracias a vivir experiencias adversas y cometer errores. Cuando hablamos de permitir que cometan errores no nos referimos a tolerar que jueguen con objetos afilados o toquen enchufes, va más allá, la idea es que pueden repetir curso, sufrir desengaños amorosos, vivir conflictos interpersonales con sus amistades o conocer la decepción o el desengaño, sin que todo ello suponga un drama, al contrario, son sus oportunidades de crecer, no tenemos el derecho de arrebatárselas.

Decía el poeta Lucian Blaga que “la niñez es el corazón de todas las edades”. Normalmente, los padres que pecan de sobreproteger a sus hijos tienen algo en común, suelen venir de ambientes familiares donde no se sintieron seguros o protegidos.

Por esta razón proyectan su indefensión en sus hijos y, en ocasiones, suelen cometer el mismo exceso que ellos vivieron pero en polaridad contraria. Sobreprotegiendo a un niño se generan las mismas inseguridades que cuando careció totalmente de protección. Nunca piensan que los protgen lo suficiente porque, en el fondo, es en ellos mismos donde sienten el desamparo.

Pablo Fernández-Berrocal, catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga refiere en su artículo que muchas de las investigaciones en neurociencia de los últimos 20 años corroboran que para educar la razón es necesario educar las emociones, debemos enseñarlos a la par, como dos complementos inseparables. Esto acabará resultando decisivo para afrontar la vida profesional y personal. Hay datos que indican que con la inteligencia emocional se facilita el rendimiento escolar, disminuye la ansiedad y mejora la claridad y comprensión del niño.

Al hilo de todo esto, podemos preguntarnos cosas como: ¿para qué sirve tener un gran sueldo, un coche caro, una mansión,… si no me siento pleno/a con todo lo que tengo y no disfruto con nada? ¿Para qué me sirven muchas cosas que poseo si no soy capaz de estar en paz ni conmigo mismo/a? ¿Para qué tener tanto si luego estoy depresivo/a, o tengo ansiedad, o envidio a otras personas con las que me comparo constantemente?

Sabemos que los países con más suicidios del mundo son, no por casualidad, en muchos casos también los más «ricos» (Dinamarca, EEUU…), habría que preguntarse, ¿conozco realmente el camino que debe seguir un ser humano para ser feliz? ¿Lo he conseguido conmigo mismo? Que mi hijo siga un camino distinto si lo desea, ¿es necesariamente peor?

La educación de las emociones no es un lujo, es una necesidad a afrontar desde las etapas de inicio del sistema educativo, con un firme propósito: aprender a convivir y ser felices.

La inteligencia emocional para el equilibrio personal, debe estar presente de inicio ya en las propias familias. No podemos delegar esta responsabilidad a colegio o institutos, debemos responsabilizarnos y poner la primera piedra en nuestros hogares, comenzando con cada uno de nosotros; para que los hijos tengan ejemplos claros donde reflejarse.

Pensamos que la mejor herencia que podemos dejarles es un gran amor propio junto al respeto hacia si mismos y a los demás. La clave de la felicidad reside en permitirse experimentar los grandes éxitos, pero sabiendo también cómo gestionar los fracasos que, antes o después, acabarán experimentado, en ese baile de opuestos que llamamos vida.

La confianza en ellos mismos y el amor propio que se tengan serán los atributos que, algún día, harán de nuestros hijos personas que podrán lidiar con las adversidades. Hacerlo de forma equilibrada será su mejor baza ante la vida; y luego, que sean lo que quieran ser.


“No es tarea fácil educar jóvenes. Adiestrarlos en cambio es muy sencillo.”

Rabindranath Tagore.