Lo más probable es que en algún momento de tu vida hayas tenido la mala suerte de cortarte con un papel. Tal vez mientras querías poner hojas en una impresora, o al tomar ese ensayo tan importante que tenías que entregar en la escuela. ¿Recuerdas cómo sentiste que el dolor pasó de esa pequeña área a gran parte de tu cuerpo? ¿Y qué tal el ardor que inexplicablemente persistía a pesar de que la herida era diminuta?

Todo el mundo tiene un umbral de dolor. Soportamos algunas cosas y otras no. Por ejemplo, un golpe accidental puede doler, pero dependiendo de dónde ocurra el daño, puede que pase a los pocos segundos o persista. Algo extremadamente doloroso puede sobrepasar nuestro umbral y bloquearnos, por lo que llegamos a ser incapaces de sentir un dolor que seguramente no podríamos soportar de otra manera. ¿Qué sucede cuando nos cortamos con un papel?

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Entre cuchillos y sierras

El filo de un cuchillo es liso, por lo que al cortarte pasa derecho sobre nuestra piel. El dolor puede ser molesto, pero incluso llega a ser menor que el que sientes cuando te lastimas con una hoja de papel. Esto sucede porque, a un nivel microscópico, el papel funciona como una sierra. Entonces, al cortar nuestra piel, hace mucho más daños en las terminaciones nerviosas que un objeto realmente filoso.

Las terminaciones nerviosas de nuestros dedos son mucho más sensibles que en otras partes del cuerpo. Así como tenemos una mayor cantidad de receptores de placer, también tenemos muchos receptores de dolor. Según la doctora Hayley Goldbach de la Universidad de California, tenemos la idea de un corte provocado por una hoja de papel es insoportable porque suele ocurrir en las manos. Sin embargo, sería aún peor si sucediera en otras partes del cuerpo, como la cara.

Por último, no debemos olvidar que el papel manufacturado industrialmente contiene una gran cantidad de químicos, que al entrar en contacto con nuestras terminaciones nerviosas provoca ese característico ardor que muchas veces desaparece después de lavar la herida.

Nuestras manos nos permiten hacer tareas complejas, muchas veces delicadas, por lo que es gracias a la evolución que son tan frágiles. Así ante cualquier señal de peligro, rápidamente recordamos lo mucho que las debemos cuidar.

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Fuentes:

Science Focus

BBC