El turismo negro es una de las últimas ramas del turismo que busca llevar a los adictos a la adrenalina a sitios en los que las cosas no sólo pueden ser peligrosas, sino mortales. Pero no se trata del típico sitio natural con deportes extremos donde cada quien va a su ritmo, sino de lugares marcados por el terrorismo, la tragedia y la muerte, entre otras cosas.

Una mujer camina con las manos sobre la cabeza mientras le gritan que camine más rápido si no quiere perder la vida en ese momento. No es trata de blancas, lo hace por diversión. Es la representación del acto en un tour en el norte de México en el que los turistas aprenden lo que implica ser un migrante intentando llegar a Estados Unidos. Muchas mujeres que lo intentan en la vida real terminan en manos del narcotráfico siendo violadas y prostituidas.

El turismo negro se encarga de llevar a curiosos y viajeros extremos a sitios marcados por extraños sucesos y tragedias. Como la mujer antes mencionada, hay otros que desean conocer la vida cruzando la frontera. Esto ha desatado polémica, pues hay quienes consideran eso una falta de respeto para la gente que busca una vida del otro lado.

Lo consideran la fetichización de la pobreza y la necesidad, sin embargo, distintos grupos que promueven el turismo negro dicen hacerlo para mostrar la cruda realidad de un sector muchas veces sólo visto a través de reportajes y noticias.

Existen distintas formas de turismo negro, como quienes viajan a lugares donde existieron accidentes inolvidables. Chernóbil es uno de ellos y aunque las películas de terror exageran lo que se puede encontrar en las cercanías de la ciudad –no esperes encontrar gente con dos cabezas o animales gigantes– la sensación de recorrer un pueblo fantasma y radioactivo no es nada placentera.

Otro sitio como ese es Fukushima, cuya planta nuclear causó la evacuación de la ciudad hace siete años y que desde entonces se ha convertido en una zona altamente contaminada. El turismo negro ha logrado infiltrarse y crear tours en los que las personas cargan con aparatos para medir la radioactividad y que a veces los lleva a sitios en los que ni siquiera los trajes son suficiente para protegerlos, arriesgando sus vidas sólo por un tour.

A diferencia del deporte extremo, el turismo negro no se trata de que la adrenalina la dicte la capacidad del cuerpo para resistir, sino la suerte para seguir vivo. Tal vez la forma más sencilla de aclararlo son algunas personas que llegan a pagar grandes cantidades de dinero por visitar zonas como Irak o Siria, en los que la paz es un lejano recuerdo y donde sin duda una bala puede alcanzarlos fácilmente.

Entre la curiosidad, la explotación, el clasismo y la consciencia se mueve el turismo negro. Buscar aventuras en sitios donde miles han sufrido parece inhumano, pero hay quienes dicen hacerlo para comprender mejor los conflictos y ser más empáticos. ¿Y tú, de qué lado estás?