Conocí a Manuel hace un poco más de 5 años. Aún estudiaba en la Universidad y recién comenzaba a rentar mi propio apartamento. Él, en ese entonces, era mi compañero de la clase de inglés. Y se convirtió en algo más que eso.

Fuimos una pareja por tres años. Nos quisimos. Viajamos juntos. Nos reímos, nos peleamos, todo... Pero llegó un momento en que las clases de inglés terminaron y mi deseo de viajar al extranjero se concretó: obtuve una beca para irme a estudiar a Nueva York.

Y allí fui, detrás de mi deseo. Era más joven y sentí que era el momento.

La despedida no tuvo nada de lo que se ve en las películas. Fue dura, triste y difícil por bastante tiempo. Manuel no estuvo de acuerdo con mi decisión, y creo que me odió como nunca. Pero no me retuvo. En el fondo sabía que era algo que yo de verdad deseaba, y decidió dar un paso al costado.

No elegimos "el amor a distancia", ni siquiera lo probamos. Simplemente la relación se cortó en cuanto saqué mi boleto de avión.

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Decir que me olvidé de mi ex en cuanto llegué es una mentira. Me costó mucho separarme. Lo pensé por mucho tiempo. Pero una vez que estuve allá tuve que hacerme fuerte. Estaba sola frente a un mundo que no conocía. Y tenía que hacerme cargo de ese deseo que me había llevado hasta ahí.

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Así que así lo hice. Seguí con mi vida. Me quedé dos años en Estados Unidos estudiando y trabajando. De Manuel no quería ni preguntar; no me animaba ni siquiera a mirar sus redes. Cualquier cosa que escuchaba era como abrir una y otra vez una herida que no terminaba de sanar del todo.

Hasta que se me dio una gran oportunidad: irme a vivir a Australia. Conseguí la visa y el trabajo que quería casi sin proponérmelo. Y me dije: "¿por qué no?". Así que arreglé todo en Nueva York y partí a casa de mis padres antes de volverme a ir por unos cuantos años más a Australia. Sentí la necesidad de estar con ellos antes de seguir viaje.

Y entonces ahí ocurrió.

Como esas cosas que suceden casi de forma inexplicable, por obra de Dios, del azar o del destino, una tarde, lo vi. Yo iba en un taxi, y él estaba en su moto. El semáforo dio rojo y frenamos los dos. Uno al lado del otro. En sincronía. Después de casi 3 años de no vernos.

Él giró su cabeza y me miró. Yo me quedé inmóvil. Y no pude hacer otra cosa más que echarme a reír. No sé si de la verguenza, de la sorpresa, de la emoción.

Y sí, me bajé del taxi. Y él, de su moto. Nos miramos. Nos reímos los dos. Nos abrazamos. Y desde ahí yo supe que esta vez tomaría por otro camino...

Hoy se cumple un año de ese día "del semáforo", como le decimos. Ese día "bisagra" en que decidí apostar por el amor. Ése que, si es verdadero, es más grande y más poderoso que el tiempo y la distancia.

Por eso te digo: no te desanimes. El tiempo siempre obra a favor de tu aprendizaje.

¡Confía!