Esta semana llegó a mis oídos una historia que me trajo alegría a mi día, y por eso hoy quiero compartirla contigo.

Todo los animales son seres muy especiales. Si observas hasta el comportamiento del más pequeño, como una hormiga, podrás ver que cada cual es complejo y tiene una perfección única y asombrosa.

Las mascotas nos permiten verlo aún más porque se convierten en parte de nuestra familia y pueden traernos mucha alegría. Hay quienes la llegada de un gato o un perro a su vida puede directamente transformarlos por completo. Si aún no lo crees, lee la siguiente historia y cuéntanos luego qué piensas.

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Oscar era un hombre un tanto mayor. Tenía casi 80 años y vivía solo en un apartamento de un pueblo de Brasil. Salía poco y nada, y casi que no se hablaba con nadie. Lo llamaban "el viejo cascarrabias" pues siempre que andaba por las calles llevaba el ceño fruncido, la mirada baja y los labios apretados, como murmullando.

Por el barrio ya la gente había dejado de saludarlo porque Oscar nunca respondía al saludo. Nadie de su familia lo visitaba y tampoco se le había conocido pareja alguna desde que vivía allí.

Las persianas permanecían cerradas casi por completo, haya lluvia o sol.

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Un día como cualquiera, Oscar abrió la puerta de su casa para ir al mercado y encontró en su alfombra de entrada a un perro callejero recostado allí.

Se imaginarán que la primera reacción de Oscar no fue amigable. Como buen "viejo cascarrabias" echó al perro a la calle y se fue murmurando barbaridades.

Pero cuando volvió, el perro había vuelto.

Así pasaron los días y la escena se repetía una y otra vez.

Hasta que un día de lluvia, Oscar echó al perro como siempre pero ésa vez algo en él cambió.

Lo vio por la ventana, sentado en frente de su casa, mojándose y temblando por la lluvia. Nadie supo bien qué sucedió, pero casi como empujado por un impulso abrió su paraguas y se llevó al perro adentro.

Desde ese día, su compañero no se movió del lado del viejo hombre. De a poco y luego de unas cuantas echadas de nuevo, el perrito se fue ganando su amor.

Y Oscar empezó a cambiar su manera de ser. Empezó a salir más a menudo para pasearlo, a charlar con la gente del barrio, a ir a la veterinaria, a dejar de fruncir su ceño.

Cuentan los rumores que alguna que otra vez, Oscar lo dejaba dormir a sus pies si había rayos de tormenta.

Así vivieron juntos hasta que un día Oscar partió. Quienes fueron a su despedida dicen que estaba allí casi todo el barrio. Amigos que había sabido hacerse gracias a su amigo, que estaba también allí, fiel a su viejo cascarrabias.