El sistema patriarcal en el que vivimos (habitado por hombres y mujeres que reproducen ese esquema) propicia verdaderos saqueos de lo ajeno. Hay muchos ejemplos en el plano de lo que conocemos como bienes o recursos que nos rodean. Es la conquista a punta de sable o de pistola de todo eso.

Los hombres en el poder utilizan la violencia y no la razón para apropiarse del agua, la tierra fértil, el mar o las montañas con minerales. A lo largo de la historia, las guerras son su expresión más lacerante pero también se utiliza la cohesión en todas sus formas o la invasión de los territorios en nombre del progreso. No es necesario que irrumpan escuadrillas de aviones de guerra o misiles inesperados sino que, como ocurre en el norte de Argentina, los pueblos resultan invadidos por maquinaria de gran porte que pisotea todo lo que puede hasta llegar al corazón de los tesoros que encierra la cordillera, por ejemplo.

Nos han empobrecido quitándonos el territorio. Defender el territorio es defender la vida,

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Las máquinas son escoltadas por autoridades del pueblo, la provincia y la Nación porque así hemos considerado el progreso. Brazos abiertos para la maquinaria, el trabajo y “las oportunidades”. Aunque altere el ecosistema de montaña, los trabajos no sean de suficiente calidad y esas oportunidades resulten efímeras y en detrimento de otros quehaceres locales. Es notable cómo hemos ido entronizando la idea de que el movimiento de tierras es sinónimo de progreso y bienestar. Así en el campo como en las ciudades.

En las ciudades donde vivimos remover la tierra, hacer un pozo en cada cuadra y levantar edificios también se asocia con una mejora. Pero, ¿quién mejora? ¿Para quiénes son las oportunidades y los beneficios? Los pueblos y las personas siguen empobrecidas en Argentina. La mayoría de los niños son pobres, el 66%. Dos de cada tres nenes son pobres en el país que habitamos.

El sistema patriarcal en el que vivimos propicia verdaderos saqueos de lo ajeno.

La guerra y esa maquinaria que pisotea en el nombre del progreso son instrumentos que manipulan las identidades masculinas y no otras. La guerra es cosa de varones, está en el ADN de los hombres en la organización áspera que veníamos sosteniendo. Lo cito porque hay una directa relación entre esas prácticas varoniles de violencia y opresión con los vínculos que nos damos. Son patrones que se reproducen en las parejas y en las familias después. La idea de conquista y de ocupación de territorios pasa también en el plano de los cuerpos y el espíritu de las personas violentando, acallando, depredando la diversidad de pensamiento y acción, de sentimientos que tenemos como individuos, y no hay posibilidad de habitar nuestros propios cuerpos con dulzura, independencia ni libertad.

Frase pared

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¿Por qué creen qué estamos empezando a hablar de relaciones tóxicas en nuestros vínculos? Ahí también, como en el campo donde producimos nuestros cultivos para alimentarnos, convivimos con sustancias que nos envenenan.

La buena noticia es que estamos hablando de eso y estamos haciendo cosas para cambiarlo. Es tiempo de sanar. Entonces, ¿cómo construir nuevos vínculos para que el otro no se apropie de mi territorio? ¿Cómo suelto el control que, a su vez, pretendo sobre los otros? ¿Cómo edificar esas fortalezas en mi interior? ¿Qué hace falta tener en cuenta para atender lo que sentimos?

Estamos dejando de hablar de la conquista de otra persona para empezar a pensar en los acuerdos entre personas. La psicóloga Luciana Volco, una argentina especializada en nuevos vínculos que reside en la ciudad de Blois, cerca de París, habla de “Acuerdos éticos para tener relaciones éticas en lo afectivo, en el sexo y en la construcción de las nuevas familias”. Y para el caso de las masculinidades específicamente recomienda “lecturas con perspectiva de género, psicoterapia con perspectiva de género y acompañamientos relacionales que también tengan en cuenta la perspectiva de género”. Señala que “la crisis de liderazgos en la política, la empresa y las organizaciones de gobierno tiene una directa relación con el taponamiento de lo femenino para el acceso a puestos claves de decisión y que de este modo seguimos construyendo soluciones rudimentarias e inequitativas”.

Los tiempos grotescos en los que vivimos necesitarán un freno histórico para que las personas podamos entrenarnos para un sí depurado, una aceptación más refinada de todo aquello que tengamos que decidir. La propuesta de la política estrafalaria nos aleja de todo eso. No nos permite tomar decisiones de calidad. Porque las promesas están llenas de sinsentido y vulgaridad.

La guerra y esa maquinaria que pisotea en el nombre del progreso son instrumentos que manipulan las identidades masculinas y no otras.

Los cuerpos, el territorio y la libertad

Somos celosos de nuestros bienes, los ponemos a recaudo, nos da miedo perderlos, decimos que somos custodios de nuestros bienes y, por supuesto, que son de nuestra propiedad. Con idéntico esquema y con esas mismas palabras hablamos de nuestra pareja en una relación monogámica.
Soltar la posesión de los otros, la posesión de los cuerpos. Atender lo que sentimos y somos, escuchar lo que queremos. Honestidad y valor para decirnos las cosas. Habitar el territorio de nuestro cuerpo, sentirlo propio y no de otros o que obedezca a los deseos de otros. Por ahí va la nueva y apasionante construcción de las nuevas relaciones. Es la clave para que las personas puedan estar más presentes, conectadas y creativas.

Toboganes de agua

Todo lo que necesito está acá, dice María Inés sentada en un banquito de la cocina mientras relee lo que escribo. Y se lleva las manos al centro de su substancia, el corazón. Durante muchos años le dije María mía, una expresión muy del amor romántico, ligado a la posesión, a la propiedad de las cosas y las personas. Ahora sé que María o cualquier otra persona no tienen más dueño que su propio corazón. María, la que llamaba María mía, es suya y de nadie más, desde el día que nació y para siempre. Hace falta desarmar las masculinidades heredadas a lo que cueste. Es como subirse a un sinuoso tobogán de agua donde no hay de dónde agarrarse, no hay modo de volver atrás. Diferente a los toboganes de las plazas que, en caso de arrepentimiento por miedo al vacío, era posible frenarse sobre los bordes con las zapatillas.