Las apps de citas se volvieron muy populares en el último tiempo. No es que antes no hayan existido maneras alternativas de conocer a alguien, incluso muchas agencias lo hacían con quiénes se presentaban personalmente.

Pero hoy, la rapidez es asombrosa. Solo hace falta que tomemos la decisión de crear un perfil en una app de citas para que nos aparezcan cientos de personas cerca de nosotros que también están en la búsqueda de conocer a alguien, sea por el motivo que sea.

Podemos filtrar no solo por localización, sino también por edad, y en algunas hasta por intereses compartidos. Pero, no todo es tan fácil como parece: también hay unLado B.

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Con las apps podemos tener la sensación de que las personas “disponibles” no acaban nunca. Y en un punto, es cierto; somos más personas en el mundo de las que a veces tomamos conciencia.

Pero esa disponibilidad no nos asegura nada.

En principio, tenemos que “llamarles la atención”. Dentro de tantas alternativas, conseguir un like puede no ser tan simple para algunas personas.

Además, obtener uno o muchos tampoco representa algo. La mayoría de las personas que se “matchean” (compatibilizan), ¡no se hablan!

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Es que no todos llegan a la app por lo mismo. Hay personas que buscan una relación seria; otras, solo relaciones casuales; otras sólo entran para mirar pero no se animarían a salir; hasta hay quien sólo entra para loguear alguna de sus redes sociales y obtener más seguidores.

Incluso, si se llegan a concretar, las citas tampoco pueden ser lo esperado. Ahí tomamos conciencia de la limitación de una imagen. Personas que no se parecen a sus fotos, o que sí, son muy atractivas pero su personalidad no nos resulta de la misma manera

En este sentido, las apps de citas pueden a veces vender ilusiones. Hacernos creer que un vínculo, o lo que realmente implica conocer a alguien, y generar al menos empatía y respeto, se da así como así.

Claro que a veces sí pasa y hay personas a quienes las apps les dan un empujón. Pero, muchos usuarios se van más frustrados que antes.

Y eso nos habla un poco de cuánto nos cuestan los vínculos, de cuán poco tiempo le dedicamos, cómo se banalizó lo que se busca, de cuánto estamos con el celular, de cuán difícil se nos volvió el contacto con el otro.

Quizás sea momento de animarse a acercarse, preguntarle al otro cómo está, salir un poco de la propia burbuja, del interés de que nos miren más y más personas, y trabajar, hacia adentro, en construir vínculos genuinos, sinceros y positivos con uno mismo y con los demás.

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